LA CONSTRUCCIÓN DE UN RELATO (RE)FUNDACIONAL EN CLAVE DE MITO POLÍTICO A TRAVÉS DE LAS CAMPAÑAS PROPAGANDÍSTICAS DEL “PROCESO DE REORGANIZACIÓN NACIONAL” (ARGENTINA, 1976-1978)

The construction of a (re)foundational narration in political myth code through the Proceso de Reorganización Nacional’s propaganda campaign (Argentina, 1976-1978)

 

EZEQUIEL BERLOCHI[1]

 

FECHA DE RECEPCIÓN: 11 DE MAYO DE 2025                       

FECHA DE ACEPTACIÓN: 30 DE JULIO DE 2025

 

 

RESUMEN

 

El presente artículo tiene como objetivo analizar la construcción y difusión de un relato legitimador por parte de la dictadura militar argentina del “Proceso de Reorganización Nacional”, centrando el estudio en los años de 1976 a 1978, por ser el periodo en que refiere al auge de la política represiva llevada a cabo por la dictadura, así como el momento de mayor apoyo social hacia la misma. Para ello, tomamos las estrategias de acción psicológica realizadas por las Fuerzas Armadas en lo que refiere a la propaganda política, tal como establece Julia Risler, a través de dos estrategias concretas: “ganar la guerra” y “ganar la paz”. En nuestro estudio, proponemos analizar ambas desde la perspectiva de los imaginarios sociales, concretamente en una de sus dimensiones analíticas: el mito político. Con ese objetivo, nos proponemos analizar diferentes piezas propagandísticas tanto gráficas como audiovisuales, utilizadas para legitimar el accionar represivo con el fin de convertirlo en la base del futuro proyecto político que las Fuerzas Armadas se proponían llevar a cabo.

 

Palabras clave: Mito político, Argentina, Legitimación, Dictadura.

 

 

ABSTRACT

 

The present paper has as analyses objective the construction and diffusion of a legitimacy narration to the argentinean military dictatorship “Proceso de Reorganización Nacional” in the 1976 to 1978 years, for being the period in which it refers to the rise of the repressive policy carried out by the dictatorship, as well as the moment of greatest social support for it. For it we take the psychological action strategies development by the Armed Forces regarding political propaganda, as Julia Risler establishes, through two specific strategies: “winning the war” and “winning the peace.” In our study, we propose analyses both strategies from the perspective of the social imaginaries, specifically in one of their analytic dimensions: the political myth. With this objective, we propose analyses different propaganda pieces both graphic and audiovisual used to legitimize the repressive action with the objective to convert it into the basis of the future political project that the armed forces intended to carry out.    

 

Key words: Political myth, Argentina, Legitimacy, Dictatorship.

 

Introducción

El 24 de marzo de 1976 las Fuerzas Armadas argentinas tomaron el poder con la intención de promover una serie de cambios profundos en el país. En este sentido, al decir de Hugo Quiroga,[2] el “Proceso de Reorganización Nacional” fue una dictadura de nuevo tipo, rasgo que compartía con la anterior experiencia autoritaria de la “Revolución Argentina” (1966-1973). Los golpes de Estado de nuevo tipo divergían de los anteriores, en que poseían una faceta fundacional, es decir, su objetivo principal era la transformación de la sociedad en su conjunto. Con ello, uno de los rasgos principales de estas dictaduras era el no tener un plazo fijo de tiempo, sino que la permanencia en el poder dependía de la concreción de los objetivos planteados.

Debemos tener en cuenta que la dictadura, si bien no se proponía un plazo de tiempo definido, tampoco se pensaba como una dictadura eterna. Dentro de las pretensiones de las Fuerzas Armadas estaba la de constituir un tipo de gobierno no autoritario y para ello, se deberían crear las bases sobre las cuales apoyar (y legitimar) ese futuro régimen político.[3] Sostenemos en nuestra investigación que, para cumplir con el mismo, se recurrió a la alternancia de acciones tanto represivas como no represivas, estas últimas buscaban legitimar el accionar represivo emprendido desde el Estado. Es importante que recalquemos que el aparato represivo desplegado por la dictadura perseguía el disciplinamiento y atomización de la sociedad, llevando a cabo una represión de carácter clandestino, que se caracteriza como terrorismo de Estado, la cual consistía en el secuestro, tortura y posterior desaparición de personas, caracterizadas inicialmente como “subversivas”.[4] Precisamente, el modo en que este accionar represivo fue presentado a la sociedad, será el eje central del presente escrito, así como lo fue también para la propia dictadura, al ostentarlo como la principal base de legitimación.

En los años en que se centra el presente escrito, la “lucha contra la subversión” fue, como plantea acertadamente Paula Canelo, “el principal recurso de legitimación del régimen militar –con el transcurso del tiempo se transformaría, además, en el principal ‘logro profesional’ de las Fuerzas Armadas-.”[5] Recurso sobre el cual se asentaría la estrategia y planificación del futuro régimen político a implantar. Y es que entre los años de 1976 a 1979, la dictadura del “Proceso” alternó entre ambas estrategias de legitimación.

Entre las acciones no represivas que se desplegaron, podemos contar con diversas campañas de acción cívica[6] o campañas de acción psicología.[7] Y es precisamente dentro de estas últimas, ampliamente trabajadas por Julia Risler,[8] que podemos enmarcar la difusión de determinados imaginarios sociales los cuales fueron difundidos por el discurso oficial de las Fuerzas Armadas en el poder, en los medios de comunicación afines al régimen y en las campañas propagandísticas tanto estatales como realizadas por privados. 

Es así como podemos observar, al analizar la propaganda del régimen dictatorial, la producción de un relato entendido como la construcción de un mito político que pretendía erigirse como la base de legitimación del futuro ordenamiento político al tiempo que justificaba y legitimaba la política represiva implementada. Para ello recurriremos a analizar las propagandas oficiales difundidas por el régimen tanto en forma gráfica (aparecida en medios de comunicación como diarios y revistas comerciales de tirada nacional como son los diarios Clarín y La Prensa y los semanarios de información general Somos y Gente[9]) y audiovisual (difundidos en menor medida a través del canal público de televisión o por otros medios). Lo que pretendemos es analizar el relato que se construyó en torno de la “lucha contra la subversión” en tanto relato o mito político, para ello hemos de analizar aquellas piezas que aludían directamente a la situación en la que se encontraba la Argentina en ese aspecto.

A continuación, realizaremos una breve exposición en términos teóricos sobre la cuestión del mito político, para luego centrarnos en el análisis de las propagandas tomando como eje de análisis por un lado la concepción sobre mito político y, por otro, dos estrategias de acción psicológica identificadas por Julia Risler, como fueron “ganar la guerra” y “ganar la paz”. De ese modo, pretendemos dar cuenta de la intencionalidad política con la cual la dictadura difundió e implementó las mencionadas campañas de acción psicológica, con una clara intencionalidad de legitimación política tanto del accionar represivo en primer lugar, con “ganar la guerra”, para luego plantear una base desde la cual erigir el proyecto político y social de carácter (re)fundacional, “ganar la paz”.

 

El mito político, una aproximación desde la perspectiva de los imaginarios sociales

Consideraremos al mito político como una producción imaginaria más, como puede ser, por ejemplo, la identidad social o política. Inicialmente, éste forma una parte importante del desarrollo de las sociedades en todas las épocas, al dotar de sentido la realidad en que una sociedad determinada está inserta. Cuando hablamos de mito lo primero que nos viene a la mente es la conformación de grandes relatos cuyo objetivo era explicar el porqué del mundo en aquellas sociedades antiguas, donde no había un desarrollo de la ciencia y por lo tanto, la explicación de cómo funcionaba el mundo, no sólo el natural sino también el social y cultural, se realizaba mediante la construcción de un relato que buscaba contestar a estas preguntas en formas de alegorías, al tiempo que se proponía fundar un orden determinado basado en valores y creencias determinadas.

En la actualidad el mito no ha dejado de tener vigencia en nuestras sociedades modernas. Como plantea Ángel Enrique Carretero

 

         no hay sociedad, veámoslo o no, sin mito, ya que el constructo mítico ofrece una respuesta al por qué ineludiblemente presentes en todo cuerpo social, oferta un solidificado sentido a un mundo de por sí intrínsecamente contingente. El trazo, pues más genuinamente característico del mito es su carácter fundacional, su capacidad para crear y re-crear un sólido universo de significación que impide que se ponga al descubierto “el absolutismo de la realidad”.[10]  

 

El mito tiene como principal objetivo el de dotar de sentido, el de brindar referencias a un mundo caótico y desordenado.[11] Ahora bien, con el advenimiento de la Modernidad, el mito perdió fuerza al ser considerado como algo propio de sociedades “atrasadas”. Como bien explica Carretero, la Modernidad y la Ilustración se propusieron desterrar todo aquello que no tuviera una explicación racional o científica,[12] al mismo tiempo que se intentó eliminar cualquier componente subjetivo de la sociedad. Esto último viene a cuento sobre  la preeminencia de la razón por sobre los sentidos y los sentimientos en la época moderna, al igual que el paradigma científico preponderante, fuertemente ligado al positivismo, dejó de considerar a estos como fuentes de conocimiento científicamente válido.

El autor plantea que el mito persiste en la Modernidad en forma de mito sociogónico, el cual consiste en la investidura de un “aura mitológica a determinadas instancias o procesos sociales”.[13] De esta manera, se detiene a analizar dos manifestaciones en las que este mito se da en la sociedad moderna, por un lado el concerniente al imaginario del progreso científico-técnico, y en un segundo término, a la política como nueva mitología. Aquí nos detendremos en la segunda manifestación del mito sociogónico, por ser el de nuestro interés.

Al tratar este tema, Carretero comienza planteando que las construcciones mítico-imaginarias, son configuradoras de las identidades socio-políticas.  A su vez, afirma que

 

         La integridad de una sociedad descansa sobre una unánime coparticipación de un centro simbólico, en unas imágenes, creencias y valores centrales que gobiernan la totalidad de sus actividades (Shils, 1976: 3-16). Dichos valores y creencias poseen, pues un rango sagrado, puesto que su violación haría peligrar a identidad de la sociedad.[14]

 

De esta manera, en las sociedades pre-modernas, la cohesión social estaba salvaguardada en la religión y en los mitos que legitimaban los usos y costumbres sociales. El problema surge cuando la Modernidad desplaza a la religión y a los símbolos como elemento fundante de legitimación social y política y los reemplaza por un orden fundado en la razón.

En este sentido,

 

         …el mito contemporáneo sigue guardando fidelidad a la originaria naturaleza del mito: fundar y sostener lo comunitario. El mito opera, así, como un factor de agregación social, como un receptáculo sobre el que descansa un sentimiento común de pertenencia; favoreciendo, de este modo, la identificación comunitaria. (…) el mito es la argamasa que permite explicar el misterio de la atracción social; es aquello que, en definitiva, crea y re-crea sociedad.[15] 

 

Como veremos en el siguiente apartado, al analizar las campañas propagandísticas de la dictadura, podemos observar precisamente esta intención, la de fundar un sentido de pertenencia desde lo social a lo llevado a cabo por el gobierno militar, el cual, como ya hemos mencionada estaba fuertemente anclado en la legitimación del accionar represivo. La estrategia de “ganar la guerra”, apuntaba a generar en la población esa idea de comunión frente a la amenaza externa.

Otro punto de importancia, refiere a que el mito político se constituye desde el pasado, pero con la perspectiva de que cause efecto en el presente. Esto tiene que ver con que el mito debe ser creído, debe tener la capacidad de generar credibilidad en la sociedad. Por ello la importancia del pasado, dado que será allí donde el mito obtenga credibilidad o autoridad. Como plantea Bruce Lincoln, “a problematic situation in the present (…) prompts an exploration of the past, a search for models and precedents that might be of help”.[16] En este sentido, es importante que no confundamos mito con historia. El uso del pasado por parte del mito, o mejor dicho por parte de quienes hacen uso de ese pasado y lo mitifican para determinados fines, sirve, como ya se dijo, para dar sentido a la realidad del presente siendo aceptado por los miembros de una comunidad determinada, tal como esboza George Scopflin.[17]

El pasado debe servir al mito como elemento legitimador del relato construido a posteriori, es allí donde los miembros de una sociedad o grupo social que es interpelado por el mito, se identifican con dicho relato porque hay algo que posibilita esa identificación, que es una historia en común o un hecho del pasado significativo para esa sociedad o grupo social. Al analizar la construcción del relato sobre la “lucha contra la subversión” como un mito político, podemos enmarcar la proyección a futuro que pretendía hacer la dictadura militar, al edificar una versión de ese pasado reciente que resonaba en la actualidad, el cual refería a la violencia desatada en el país entre finales de los años ´60, en el último tramo de la anterior dictadura y a inicios de los ´70 en especial durante el interregno democrático abierto con el tercer gobierno peronista (1973-1976).

Otro aspecto del mito político, es que no es susceptible de ser evaluado desde la lógica de lo verdadero o falso. Por el contrario, éste se apoya sobre elementos presentes en la sociedad, especialmente aquellos vinculados con la memoria colectiva, haciendo que se jueguen un rol importante al momento de mantener la memoria de una sociedad, para de esta manera dar una apariencia “natural” o “normal” a la narración mítica.[18] Como mencionábamos un poco más arriba, siguiendo a Bruce Lincoln  y a Chiara Bottici,[19] el mito siempre se refiere al presente, buscando impactar sobre él, pero retrotrayéndose al pasado, buscando allí sus raíces, sus fundamentos, su legitimidad, aunque no siempre es así. Los diferentes mitos esgrimidos durante los años del “Proceso”, adquieren esta característica fundante, la de buscar en el pasado su sostén para de ese modo legitimar el presente. En el caso particular que analizamos aquí, podremos verlo cuando en algunos momentos el relato se remonte a la guerra de independencia en el siglo XIX, estableciendo un paralelismo entre el pasado, la lucha contra España por la independencia y la obtención de la libertad, que por otro lado tuvo como uno de sus protagonistas a los militares, con ese momento del presente, donde desde el relato se construía que “una vez más”, las Fuerzas Armadas debía librar una lucha para garantizar la libertad de los habitantes de la Argentina. 

Por otra parte, los relatos míticos, o mejor dicho, las narraciones míticas, se anclan sobre la creencia. Los mitos, para que sean efectivos, deben ser creídos por la sociedad a la  que interpelan. Podemos definir a la creencia como todas aquellas “ideas generales que existen en toda época y que nunca se ponen en cuestión. Se trata de ideas de las que, sin importar las diferencias ideológicas que nos separan, participamos todos de alguna manera”.[20] Estas creencias epocales, son las que fundan y sustentan al resto de las creencias predominantes en una sociedad y sobre las cuales descansa la estabilidad de todo régimen político, mediante la construcción de una idea de comunidad cohesionada y homogénea.

Adicionalmente, como sintetiza Gastón Souroujon,[21] el mito, y en especial el mito político, está constituido por tres dimensiones: la narratividad, es decir, que el mismo sea entendido como una serie de eventos significativos que constituyan una argumentación del presente y que sea creíble. La segunda dimensión, está dada por el aspecto de la dramaticidad del mito, se instituye un relato articulado y coherente en sí mismo, que tiene un principio y un fin, a la vez que designa roles a los protagonistas del mismo. Finalmente, el último aspecto está dado por la maleabilidad del mito, debe ser capaz de transformarse constantemente, de resinificarse en el tiempo, para de ese modo, no perder vigencia en el imaginario social.

Habiendo tratado en términos teóricos la cuestión del mito, podemos analizar las campañas propagandísticas destinadas a instaurar el mito de la “lucha contra la subversión”.

 

La “lucha contra la subversión” como intento de relato legitimador

La dictadura del “Proceso de Reorganización Nacional” intentó que la denominada “lucha contra la subversión” fuera la base de apoyo y legitimación social y política tanto de la propia dictadura como de una futura instancia de gobierno democrático, en donde las Fuerzas Armadas tendrían un rol central. Es posible observar que el relato construido sobre la misma, fue inscripto en términos de mito político, de acuerdo a lo planeado en el anterior apartado. Corresponde ahora centrarnos en los dispositivos y en el relato en sí mismo construido para legitimar dicho accionar.

Donde con mayor sistematicidad podemos observar la construcción de dicho relato es en las diversas propagandas elaboradas por el régimen y promovidas, en su mayoría entre los años de 1976 y 1978, en coincidencia con los primeros años de la dictadura en donde mayor consenso hubo, o por lo menos gozó de cierta anuencia por parte de la sociedad, lo que no quiere decir que no hubo oposición ni denuncias sobre los crímenes cometidos en ese momento, posibilitando de ese modo la difusión de dicho relato.

Ciertamente, como explica Julia Risler,[22] uno de las prácticas o políticas desplegadas por la dictadura fueron las acciones psicológicas y es en ese marco que deben leerse las campañas propagandísticas implementadas. La cuestión a tratar a continuación, es analizar el relato construido dentro del marco del mito político. Consideramos que actualmente, en el debate público argentino en torno a la última dictadura, y especialmente con la reanudación de los juicios sobre las violaciones a los derechos humanos, algunos sectores que se autoproclaman impulsores de una “memoria completa”, reflotan este mito, siendo presentado como aquello que “verdaderamente” ocurrió.[23]   

Entrando de lleno en lo que refiere al relato elaborado por la dictadura en torno a la “lucha contra la subversión”, podemos enmarcarlo dentro de algunas de las variables que hemos establecido para los mitos políticos, los cuales nos servirán para ordenar la explicación y el tratamiento del mismo. Debemos considerar primero que, en lo que refiere a propagandas durante los años del “Proceso”, hay de dos clases, aquellas que podríamos definir como de tipo administrativas, cuyo objetivo era la difusión de actividades de gobierno o políticas puntuales; y aquellas denominadas como políticas que buscaban generar consenso y legitimidad, y que serán las que nos centraremos en este trabajo.

Sobre estas últimas, también existen una variedad de temas y momentos en que fueron publicados. Téngase en cuenta que recurriremos a propagandas graficas aparecidas en diversos medios de comunicación de prensa diaria, así como en prensa semanal de carácter comercial y cortos audiovisuales preparados para ser emitidos por los canales de televisión local como también en el extranjero. Las propagandas gráficas suelen aparecer sin nombre ni identificación de empresas o área del Estado que la produce, muchas veces se suelen “perder” en las páginas entre los diversos anuncios y notas de los mismos. De ese modo, y por el contenido que presentan, es posible que estas propagandas sean financiadas por el Estado, mientras que el contexto de producción de las mismas, no está explorado. Se sabe que el gobierno militar contrató los servicios de la agencia de publicidad estadounidense Burson Marsteller & Asociados para la propaganda durante el mundial de futbol 1978 realizado en la Argentina, otras empresas locales también trabajaron en la elaboración de piezas de propaganda. Es factible que en la producción de dichas piezas participaran, además de los creativos publicitarios personal civil (como psicólogos y sociólogos que asesoraban a las distintas armas) como personal de inteligencia de las propias Fuerzas Armadas, siguiendo el esquema que fuese esbozado en la doctrina de guerra psicológica elaborada por los militares argentinos, la cual fue claramente detallada en el trabajo de Julia Risler. De cualquier manera, lo que nos interesa a nosotros es la construcción del relato mítico que serviría como base de legitimación de la dictadura.

En este periodo, siguiendo a Julia Risler, es posible identificar dos estrategias de la campaña propagandística de la dictadura. Dos estrategias, en donde el mito político en torno de la “lucha contra la subversión” se edifica y consolida. La autora denomina a la primera estrategia como ganar la guerra, la cual “se desplegó en dos grandes cadenas significantes que incluyeron un conjunto de enunciados vinculados, por un lado, la construcción de la legitimidad del régimen militar para lograr el apoyo de la población, y por el otro, a la restauración y garantía del mantenimiento de la seguridad de la población”.[24] Mientras que la segunda estrategia denominada como ganar la paz, cuyas cadenas significantes buscaron “… regular los valores, actitudes y comportamientos, interpelando de manera individual al ‘buen ciudadano’ (…) la búsqueda de cohesión de los ciudadanos en un nosotros definido como contraparte de otro, caracterizado como una amenaza a la soberanía nacional”.[25]  Dentro de los marcos de estas dos estrategias y de forma paralela se fue construyendo el relato legitimador de la dictadura en términos de mito como veremos a continuación, siguiendo las dos estrategias de acción psicológica planteadas por Risler.

 

Ganar la guerra

Estudiar la construcción y articulación del mito de la “lucha contra la subversión” desde la propaganda es un tanto complejo, en gran medida porque son muchas las variables a tener en cuenta, y en segundo lugar, por lo heterogéneo y disperso del corpus de análisis. Para ordenar el relato, y como punto de partida de nuestro análisis, debemos tener muy en cuenta que la dictadura desde el inicio se preocupó por insertar el relato de la “lucha contra la subversión” como un enfrentamiento de carácter bélico entre dos fuerzas antagonistas e identificadas: las “fuerzas leales o del orden” por un lado, encabezadas por las Fuerzas Armadas y la “subversión terrorista”. El relato impuesto entonces, es un relato simplista de buenos contra malos, donde triunfaron los buenos. Es importante resaltar que durante los primeros años, el foco se puso en presentar a la acción represiva como una guerra, con las implicancias de ello, es decir, operativos militares enmarcados dentro de los parámetros de un conflicto bélico convencional.[26] Para esto, la experiencia represiva del “Operativo Independencia” realizado en la provincia de Tucumán en el año 1975, a expensas del gobierno democrático instaurado en 1973 que había devuelto al poder al peronismo y al propio Juan Domingo Perón del exilio, sirvió como plataforma para presentar a la sociedad este relato.

Hay dos cuestiones importantes de Tucumán que debemos aclarar antes de continuar con nuestro análisis. Primero, Tucumán sirvió para mostrar lo que no se podía mostrar. Si bien existieron operaciones de tipo “convencionales” en dicha provincia, también se empezaron a utilizar las primeras experiencias de desaparición de personas y los centros clandestinos de detención que luego serían ampliados a otras geografías[27]. De cualquier manera, el “escenario bélico” montado en Tucumán sirvió a los fines de instaurar la idea de la guerra. Segundo, el Operativo Independencia sirvió también para cohesionar internamente a las propias Fuerzas Armadas de que la acción represiva que se encontraban realizando, se enmarcaba dentro de los parámetros de la guerra convencional, aunque es importante decir que la doctrina de la seguridad nacional hacía ya bastantes años que había hecho mella en las jerarquías castrenses.

Las tres dimensiones que nos presentaba Souroujon del mito político, nos sirven como entrada para ir desgranando esta compleja narrativa que fue construida por el régimen militar. Y las tres se orientan en la narrativa de la guerra.

Tempranamente, semanas antes del golpe del 24 de marzo, y teniendo siempre como soporte el “Operativo Independencia”, desde los medios de comunicación empiezan a surgir propagandas que adelantaban lo que estaba por ocurrir, si bien no son propagandas oficiales de la dictadura puesto que ésta aún no ocurría. Es importante tenerlo en cuenta porque se presentaba el relato sobre el cual se sustentaría después el relato de la dictadura.

 

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Clarín, 23 de marzo de 1976

 

La narrativa entonces, tal como lo vimos esbozado más arriba, entendida como una serie de hechos plausibles sobre el presente, los cuales son verosímiles comienza a trasmitirse en la sociedad, enmarcando el accionar represivo como un enfrentamiento de carácter bélico, lo cual será presentado en diversas campañas, en donde la narrativa va a presentar a la Argentina como una nación agredida por “extraños”.

 

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Clarín, 9 de julio de 1976

 

En la anterior imagen, en referencia al día de la Independencia argentina, la propaganda sin identificación, pero que es de presuponer es una propaganda oficial, es decir del Estado, trazaba la narratividad y dramaticidad del mito de la “lucha contra la subversión”, puesto que se instituía que la “Patria” estaba en peligro y debía ser defendida. Asimismo, también trazaba una línea de continuidad entre el pasado, la ruptura de los lazos coloniales y por ende la obtención de la libertad con el presente, una defensa de esa libertad obtenida antaño. Otro punto a tener en cuenta, tiene que ver con algo que ya mencionamos que es el lugar de las Fuerzas Armadas en la política argentina en general y en el mito político en particular. Sobre este último, serían los militares los que arriesgando su vida salvarían a la patria en peligro, un peligro que como ya dijimos era “externo” y “extraño”. Precisamente, donde se puede ver con mayor exactitud es en un corto audiovisual producido en el año 1977 para ser trasmitido por televisión, del cual poco se ha podido recabar sobre su contexto de elaboración, titulado “Estoy herido!...Ataque”.[28]

Allí se presenta sin tapujos la narrativa oficial de la “lucha contra la subversión”: “en este marco de belleza vital, el ejército argentino apoyado por lo mejor de su pueblo, combatió y venció como siempre lo hizo a través de su historia a un enemigo extraño, cruel, implacable, dogmatico y artero…” comienza el locutor mientras se ven imágenes de un helicóptero del ejército sobrevolando la selva tucumana. La película es la representación de un “combate” entre el ejército y la guerrilla del ERP en Tucumán, en la localidad de Río Pueblo Viejo acontecida en el marco del Operativo Independencia en 1975 y es vital para entender la narrativa del mito que se comenzó a trazar. Desde ya, hay una caracterización de los militares como honorables y valientes, contra un enemigo “cruel y artero”. La película trata de trasmitir el cómo se realizaba la “lucha contra la subversión” omitiendo cualquier alusión al secuestro y tortura de personas, así como a la existencia de centros clandestinos. Tucumán, en ese sentido, se hacía extensible al resto de la nación. 

De ese modo, el relato construido presentaba héroes y villanos, lo que acentuaba el rasgo dramático del relato para los fines del mito construido. Dentro de esta presentación o asignación de roles a los protagonistas del mito, hay una clara construcción de identidad política,[29] tema que no abordaremos directamente aquí pero que se entrelaza con lo que veníamos trabajando. La cuestión de la identidad es relevante, porque impregna al mito de un sentido aún mayor al definir la cuestión de la alteridad,[30] referida a que toda identidad debe construir límites, los cuales están dados por la conformación de antagonismos. De manera muy sintética, la alteridad está conformada por la construcción de “diferencias externas” y “homogeneizaciones internas”.[31]

Nuevamente, si tenemos en cuenta lo que planteamos en relación al objetivo final que perseguía la instauración del relato o mito político en torno a la “lucha contra la subversión”, la cuestión de la identidad juega un rol de suma importancia, la cual excede lo relativo a este tema, puesto que es posible encontrar diversas fuentes sobre la construcción de la identidad en las propagandas. Aún así, para los fines del componente dramático del mito, la construcción de “diferencias externas” y “homogeneizaciones internas” jugó un rol central en lo que refiere a la construcción de alteridad.

Siempre partiendo de la base de que la Argentina se encontraba en una situación de guerra, siendo atacada por un “enemigo extraño”, como vimos cuando tratamos al corto Estoy herido. El mito se propone entonces  centrar la mirada de la “lucha contra la subversión” en los soldados, donde se conjuga también un criterio estético particular: rostros jóvenes que dan la sensación de inocencia frente al rol “agresor” de la “subversión”. Por otra parte, que la “subversión” no tenga un rostro definido, es importante porque deshumaniza a aquellos considerados como tales. El juego que se hace desde las imágenes, y en gran medida es reforzado por los discursos, es que los “subversivos” (categoría sumamente vaga para que cualquier pudiera “entrar” en la misma) no eran humanos, no era personas como si lo eran quienes lucharon contra ellos (las Fuerzas Armadas). Al no aparecer públicamente representados, se les negaba existencia, y por lo tanto, derechos.

 

Clarín, diciembre de 1977

 

Otro punto que podemos ver en la anterior imagen, y que abona a la construcción del mito, tiene que ver con la representación de la “lucha”. La frase “para que usted y su familia pueden celebrar en paz, en el ejército hay argentinos que están haciendo guardia. Proteger es querer. Felices fiestas” condensa varios elementos del mito sobre la “lucha contra la subversión”. En primer lugar, lo que decíamos anteriormente, se elige representar esa “lucha” con un rostro joven, inocente.[32] Un rostro que por otra parte, y teniendo en cuenta la existencia del servicio militar obligatorio, generaba empatía por representar a hijos y hermanos que estaban en servicio en aquel momento. Por otra parte, en el marco de la dramaticidad del acontecimiento, se hace referencia a cuestiones muy caras al imaginario castrense y de los sectores conservadores como es la familia, la cual ser protegida por el sacrificio del ejército (“en el ejército hay argentinos que están haciendo guardia”).

El acento puesto constantemente en el rol de las Fuerzas Armadas, en el sacrificio realizado, traducido en las bajas sufridas combatiendo a un “…enemigo extraño, cruel, implacable, dogmático y artero…”[33] es una constante en el discurso legitimador de la dictadura, el cual es posible encontrar tanto en el momento como una vez finalizada la dictadura. Cuando se empezó a cuestionar lo actuado por los militares, éstos constantemente sacaban a relucir este relato heroico para justificarse. Esto se produjo, porque el relato construido sirvió no sólo para legitimar su accionar frente a la sociedad, sino también como elemento cohesionador al interior de las propias filas castrenses, tema sobre el cual volveremos más adelante.

 

Ganar la paz

La segunda estrategia propagandística construida por la dictadura, es la que Julia Risler denomina como ganar la paz. Recordemos que ambas estrategias se dieron de manera paralela, y que si bien la principal característica de esta estrategia era regular los comportamientos de la sociedad, apelando a ideas y valores, dentro del mito político construido en torno a la “lucha contra la subversión”, es posible observar la continuación del mismo, y por lo tanto, analizar cómo se fue desarrollado el mismo, una vez que el régimen militar comenzó a entrar en crisis.

Tanto Paula Canelo[34]  como Marina Franco[35] remarcan que para 1979, la dictadura entra en crisis, consecuencia de la consolidación del frente de derechos humanos tanto al interior de la Argentina como en el exterior por la denuncia de exiliados argentinos sobre las violaciones a los derechos humanos cometidos por el gobierno militar. En esa coyuntura, para 1978 el gobierno militar lanza la consigna de “ganar la paz”. Siguiendo el relato, las Fuerzas Armadas habrían “ganado” la “guerra contra la subversión” y por lo tanto se debía ganar/consolidar la “paz” obtenida.

Si bien durante los primeros años el mito político construido en relación a la “lucha contra la subversión”, tendió a justificar el accionar represivo amparándose en la experiencia tucumana e insertando a la Argentina como un país agredido por “fuerzas extrañas y foráneas”; a partir de 1978, el mito empieza a experimentar ciertos cambios en la narrativa, evidenciando la matiz maleable del mismo.

Esta maleabilidad del relato se ve reflejada en una serie de hechos y acontecimientos que condicionaron al régimen a mostrar una nueva cara. La realización del mundial de futbol en 1978, las denuncias en el exterior sobre las violaciones a los derechos humanos, la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la Organización de Estados Americanas (OEA) en 1979, los intentos de institucionalizar la dictadura, fueron los hitos que marcaron la agenda del gobierno militar, haciendo que el relato construido ya no legitimara el accionar represivo, sino que legitimara al propio gobierno militar. Un gobierno que se presentaba como “victorioso” y que pretendía asentar, inciertas, bases para una futura Argentina.

Quizás la propaganda que mejor sintetice el mito relativo a “ganar la paz” sea el corto de 1977, precisamente llamado Ganamos la paz.[36] En el mismo se sintetiza el mito tal como veníamos trabajando, se refuerza la idea de que la Argentina estaba en guerra provocada por “miradas codiciosas que quisieron conquistarlas y aprovechar sus riquezas. Explotar la feracidad de sus praderas, de sus pampas famosas y esclavizar a sus hombres”, pero, “sus hombres aman la libertad y por ella son capaces de grandes cosas”.

La película establecía que mientras la Argentina “vivía en paz”, en el mundo se expandía “el cáncer de la violencia ideológica, contamina nuestra América y busca a la Argentina como blanco del terrorismo internacional”. La película enmarcaba de ese modo la situación de la Argentina de los años ´70 en medio de la Guerra Fría, dónde el país estaría siendo “atacado” por “ideologías foráneas” que buscarían trastocar el tradicional modo de vida de los argentinos, infiltrando para ello a la sociedad con su ideología “disociadora”, corrompiendo a sus instituciones, para así poder “esclavizar a sus hombres”. 

En líneas generales, el relato que expresaba este corto planteaba un claro antes y después del golpe. Una situación previa al advenimiento castrense, de violencia, de muerte y destrucción, donde se mostraba que la violencia no sólo apuntaba a la “infiltración de la subversión” en pos de intereses foráneos, sino que también apuntaba a destruir las raíces propias de la sociedad argentina, de su cultura. De la misma manera, el corto se propone narrar o (re)construir la historia reciente argentina de ese momento, presentando una visión lineal y descontextualizada de acontecimientos y hechos que marcaron las décadas del ´60 y ´70. Décadas marcadas, entre otras cosas, por la proscripción del peronismo y por la intervención de los militares en política, cuestiones que son ignoradas por la narrativa de la película, para presentar una imagen de una Argentina pacifica, que se veía “atacada por la subversión” que buscaba trastocar el modo de vida argentino, omitiéndose lo referido a las dictaduras de 1955 y 1966. De hecho, la génesis del relato construido por el corto se ubicaría precisamente en los albores de la década de ´70, cuyos primeros años (de 1970 a 1973) se hallaban bajo el tramo final de la autodenominada dictadura de la “Revolución Argentina”. Se presentan algunos hechos como la fuga del penal de Rawson como un hecho delictivo más de la “subversión”, pero se omite cualquier referencia a la masacre de Trelew que le siguió.[37]

Esta selección y recorte del pasado reciente, le sirve al mito político de la dictadura para reforzar la idea de la violencia venía de afuera, de que la Argentina estaba siendo “agredida” y que ante la “inercia” del gobierno institucional de Isabel Martínez, siempre para el corto propagandístico, las Fuerzas Armadas se vieron en “la obligación de asumir el poder (…) para preservar la integridad de la Nación”,  recuperando de esa manera la confianza de la ciudadanía en las “fuerzas del orden”. Sobre este punto, el corto es un tanto vago puesto que no profundiza en lo que denomina como “contraofensiva de las fuerzas leales”, más allá de que muestra algunas pocas imágenes de operativos en donde “se arrestan a subversivos” y se les secuestran armamento, documentación y elementos de propaganda. Obviamente no hay mención alguna al cariz clandestino de la represión, sino que dejan ver que la “lucha contra la subversión” se llevó a cabo de un modo trasparente, teniendo al Operativo Independencia como modelo a seguir.

Sobre el final del mismo, se dice

 

el horror ha quedado atrás. La sociedad argentina ha pasado una durísima prueba. Ha llegado el momento de ganar la paz y de preguntarnos: primero, ¿en nombre de qué cayeron los héroes y mártires  de esta lucha? Pues cayeron en nombre de Dios que nos da la vida. En nombre de la patria que nos brinda todo para vivir en la paz del trabajo y del hogar. Y ha llegado el momento de preguntarnos también ¿quiénes serán los destinatarios de esta victoria? Serán los millones de argentinos que buscan una causa fundada en el amor, en la justicia y en la libertad. Una causa que con la fuerza de los ideales más nobles triunfe sobre la violencia, los extremismos y el odio…

 

El mito político se condensa en Ganamos la paz, pero ello no quiere decir que este relato dejara de ser necesario. Ciertamente, como ya mencionamos, a partir de 1978 se empieza a experimentar cierta maleabilidad del discurso referido a la “lucha contra la subversión”. La crisis del régimen de la que hacíamos referencia al inicio del apartado, tornó necesario que discursivamente se planteara el fin de la “lucha” con la victoria del orden sobre el caos alcanzando de ese modo la “tan anhelada paz”. Es aquí donde el mito refundacional empieza a adoptar otras dimensiones, marcando su maleabilidad a los cambios de la coyuntura política que debía enfrentar el régimen militar.

Como dijimos, una serie de hechos hicieron que este mito se reconvirtiera. Entre ellos, son dos los que se destacan: el Mundial de Futbol de 1978 y la visita de la CIDH en 1979. En ambos casos, el mito de la “lucha contra la subversión” presentó algunas modificaciones que van de la mano de lo analizado en el corto de Ganamos la paz.

¿Cómo se reconstituyó el mito? En primer lugar, se erigió un contra-mito en la figura de una “campaña anti-argentina[38] la cual había empezado a ser relevada en los medios de comunicación afines a la dictadura en 1976. La “campaña anti-argentina” se presentaba como un contra-mito, en el sentido de que la misma habría sido la encargada de difundir un relato contrario a la dictadura, al denunciar las violaciones a los derechos humanos realizadas por el gobierno militar. Efectivamente, tanto organismos internacionales de derechos humanos como exiliados se encargaban de denunciar los vejámenes llevados a cabo por los militares[39]. De ese modo, estas denuncias se presentaron como algo orquestado por la “subversión internacional” cuyo objetivo era desprestigiar a la Argentina en el escenario internacional, especialmente frente a la organización del mundial de futbol y luego frente a la visita de la CIDH, como también se denunció la injerencia de países extranjeros (como Estados Unidos o Francia) en los asuntos nacionales.

La idea de una “campaña anti-argentina”, buscaba consolidar la idea de que la “lucha contra la subversión” fuera entendida como una guerra, así como la presentación de la misma como parte de una campaña de propaganda del “enemigo” que buscaba “desestabilizar el orden” logrado por el gobierno militar. De este modo, las propagandas producidas a partir entre 1978 y 1979 buscaban reforzar el mito de la “lucha contra la subversión”, deslegitimando las denuncias.

Revista Somos, junio de 1978

 

Un ejemplo de esto, es la imagen que reproducimos arriba. La misma fue publicada en la revista Somos, una de las publicaciones que apoyó explícitamente al régimen militar[40]. Lo curioso de la propaganda, es que se encuentra inserta en un artículo que trataba sobre el arribo al país de visitantes extranjeros con motivo del mundial de futbol.  Entre junio y julio de 1978 varias publicaciones, en especial las de editorial Atlántida como Somos y Gente, publicaron decenas de notas sobre cómo los medios de comunicación y las delegaciones extranjeras veían al país, como forma de contrarrestar la “campaña anti-argentina”. La propaganda en cuestión, se inserta a la perfección en el mito desplegado por la dictadura que venimos analizando. Se refuerza la idea de que en el país hubo una guerra, que fue ganada por las “fuerzas del orden o leales”, salvando a la nación (otro término muy utilizado en el discurso dictatorial) de caer en la “esclavitud”, asegurando la libertad para sus habitantes.

El mito político refundacional de la dictadura establecía de este modo, una serie de elementos simbólicos en torno a pares dicotómicos que se amoldaban al relato construido. Para empezar, se anteponía al caos imperante en el pasado, el orden impuesto en el presente; a la guerra no querida, la paz ganada y a la opresión que se impondría mediante el advenimiento de regímenes autoritarios, ya que están pensando regímenes de tipo socialista, la libertad conseguida con derramamiento de sangre. Una libertad, que como esboza la anterior propaganda se pudo haber perdido de no haber mediado las Fuerzas Armadas en ello.

Para 1979, con la visita de la CIDH, el relato vuelve a resignificarse. Sabiendo de la visita de la comisión, para el tercer aniversario del gobierno militar, se difunde una campaña titulada “recuerde y compare”.[41] Allí, con una música ensordecedora que busca generar un clima de peligro acompañada de imágenes de destrucción, se pasa a enumerar la situación que se vivía en la Argentina (como “estancamiento, especulación, terrorismo, desorden”) antes del 24 de marzo, exhortando a la población a recordar y comparar entre el antes y el después con la frase: “usted lo vivió, recuerde y compare”. Lo curioso es que si comparamos esta propaganda con las iniciales,[42] eran, si se quiere, más “optimistas” tanto con las imágenes que mostraban como con la música elegida y el discurso. En ellas se mostraba un futuro promisorio, idealizado. Las “bondades” que las FF.AA. habría de lograr con la toma del poder y así haber evitado “el peligro cierto de desintegración del país, evitando con su intervención, que esta bendita tierra tuviese otra bandera, un amo terrible y en lugar de libertad una horrible esclavitud”.[43] En la propaganda de 1979, el clima del corto es distinto, ya que los objetivos y promesas de la dictadura “estaban en peligro”, de allí la exhortación a recordar ese pasado reciente “caótico y violento”, tal como lo presentaba el mito construido.

Por otra parte, dentro de la coyuntura que implicó la visita de la CIDH, se utilizó la misma para no sólo cuestionar las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos, sino también para mantener en la opinión pública un clima de vigilancia y constante alerta. La campaña denominada Antecedentes,[44] es clara en ese sentido, al “denunciar” la entrada al país de dos “delincuentes terroristas”, los cuales fueron “abatidos en enfrentamientos por las fuerzas leales”, en el marco de la visita mencionada. Finaliza  afirmando que “el pueblo argentino los rechaza y las fuerzas leales en su permanente vigilia continúan protegiendo el orden y la paz” y finaliza con la leyenda: “los APARECIDOS para robar y matar era ‘DESAPARECIDOS RECLAMADOS’”.[45] La propaganda no sólo deslegitima las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos, sino que también desmiente las denuncias sobre desapariciones de personas al mismo tiempo que continua enmarcando la “lucha contra la subversión” como un enfrentamiento de tipo convencional, alertando que la “lucha” continuaba.

De este modo, en momentos de crisis, el mito en torno a la “lucha contra la subversión” vuelve a activarse. No sólo se justificaba lo que se hizo, omitiendo cualquier referencia a la clandestinidad del accionar represivo, sino que se dejaba entrever que la “amenaza” continuaba vigente y que por lo tanto no debía relajarse la vigilancia. 

 

Conclusión

En el presente trabajo hemos intentado brindar una apretada síntesis sobre la construcción de un mito político refundacional por parte de la dictadura del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”, centrado en los primeros años de la misma (1976-1979). Un primer momento de auge, en el cual gozó de cierto consenso y aceptación por parte de la sociedad (1976-1978) y un momento de declive y crisis (a partir de 1979). Hemos analizado una selección de piezas propagandísticas producidas con el afán de difundir dicho mito entre esos primeros años, para así erigirse como elemento fundante de un nuevo orden social y político. Un mito construido con el objetivo de legitimar el entramado represivo de carácter clandestino, al enmarcarlo en torno a la idea de que la Argentina estaba en una “guerra” contra la “subversión”. Una “guerra” que habría sido ganada e impuesta una paz que, sin embargo, estaba lejos de haberse consolidado y que aún debía enfrentarse a una serie de obstáculos como por ejemplo la “campaña anti-argentina” o la “intromisión” de países extranjeros en los asuntos nacionales, ante la oleada de denuncias sobre violaciones a los derechos humanos.

Hemos visto como el mito político es un elemento de suma importancia para la política moderna, al instituirse como un elemento de legitimación de un orden social o político determinado, como así también brindar coordenadas de referencias para una sociedad determinada en un momento dado. La construcción de un relato coherente, dotado de una narratividad y dramaticidad patente, buscaba erigirse como un doble referente en cuanto a legitimación. Por un lado, se buscaba la legitimación del entramado represivo desatado sobre la sociedad argentina haciéndolo pasar por un enfrentamiento convencional, por una “guerra”, omitiendo cualquier referencia a la faceta clandestina de la represión. Así, se dotó al relato de una dramaticidad y épica que sirvió en un primer momento para generar cierta cohesión al interior de las propias Fuerzas Armadas, para luego pasar a la sociedad. En segundo lugar, como ya dijimos, este relato serviría de base para el futuro ordenamiento que los militares pretendían fundar.

Tomando como base el trabajo de Julia Risler, quien en su análisis sobre las operaciones de acción psicológicas realizadas por el régimen militar define dos estrategias comunicacionales concretas como son “ganar la guerra” y “ganar la paz”, hemos analizado algunas piezas propagandísticas que confluyeron en la creación y difusión de un relato mítico político sobre el accionar de las Fuerzas Armadas y sus objetivos. Un relato que más tarde será tomado por los apologistas de la dictadura para reafirmar lo actuado durante aquellos años.

Volviendo a lo trabajado en el presente escrito, es importante destacar cómo las dos estrategias que plantea Risler respondieron a los cambios en la coyuntura política. Es así como estos cambios pusieron a prueba el relato elaborado, concretamente, se evidencia su maleabilidad, por lo menos hasta inicios de los años ’80 que si bien no han sido analizados en el presente artículo, si podríamos presentar tentativamente como el inicio de la crisis de este relato, en especial cuando la “lucha contra la subversión” dejó de ser el principal elemento de sustentación política de los militares, al tiempo que los efectos nocivos de las políticas económicas aplicadas por el ministro Alfredo Martínez de Hoz durante los primeros años de la dictadura, comenzaron a hacerse sentir con fuerza en la sociedad, provocando una crisis entre las Fuerzas Armadas con la sociedad y entre sí.[46] Ésta crisis provocó una redefinición en la relación entre el gobierno dictatorial y las fuerzas civiles político-partidarias, que se tradujo en la introducción de funcionarios civiles al gobierno militar pertenecientes a diversos partidos políticos como un modo de comenzar a platear un proceso de transición, el cual erosionó la ya de por sí frágil alianza inter e intra-armas, que obligó, con el desplazamiento del presidente de facto general Viola, a dar un verdadero manotazo de ahogado, cuando el jefe del ejército y nuevo presidente de facto general Galtieri terminó invadiendo las Islas Malvinas, entrando de ese modo y sin quererlo en guerra con Inglaterra. Este tema no ha sido explorado en el presente escrito, pero sin duda es el próximo paso a realizar en nuestras indagaciones sobre el tema. Como próximo paso, resta analizar la maleabilidad del relato legitimador elaborado por el gobierno militar, en una coyuntura de crisis tanto de legitimidad como, especialmente, económica a inicios de la década del ´80, lo cual terminará confluyendo en el conflicto bélico del Atlántico sur, terminando de erosionar de ese modo al régimen militar.    

 

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[1] Licenciado en Ciencia Política (Universidad Nacional de Rosario -UNR), Especialista en Docencia Universitaria (Facultad Regional Rosario de la Universidad Tecnológica Nacional -UTN/ FRRO). Docente de la Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Rosario, Argentina. ORCID https://orcid.org/0000-0002-8569-2194 Correo electrónico: ezequiel.berlochi@fcpolit.unr.edu.ar

[2] Hugo Quiroga, El tiempo del “Proceso”. Conflictos y coincidencias entre políticos y militares 1976-1983. (Rosario, Editorial Fundación Ross, 1994).

[3] Paula Canelo La política secreta de la última dictadura argentina (1976-1983). (Buenos Aires: Edhasa, 2016) y El proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone. (Buenos Aires: Prometeo, 2008). Marcos Novaro y Vicente Palermo La dictadura militar 1976/1983. (Buenos Aires: Paidós, 2003). Quiroga, El tiempo del “Proceso”.

[4] Gabriela Águila Dictadura, represión y sociedad en Rosario, 1976-1983 (Buenos Aires: Prometeo, 2008); Pilar Calveiro. Poder y desaparición. Los campos de concentración en Argentina. (Buenos Aires: Colihue, 2008); Gabriela Águila, Santiago Garaño y Pablo Scatizza (Comp.) Represión estatal y violencia paraestatal en la historia reciente argentina. Nuevos abordajes a 40 años del golpe de Estado, (La Plata: Universidad Nacional de La Plata, 2016).

[5] Canelo, El proceso en su laberinto, 43.

[6] Alicia Divinzenso “La transformación de las relaciones cívico-militares: la ‘Acción Cívica’ del Ejército (1960-1983) en Gabriela Águila, Santiago Garaño y Pablo Scatizza (Comp.) Represión estatal y violencia paraestatal en la historia reciente argentina. Nuevos abordajes a 40 años del golpe de Estado, (La Plata: Universidad Nacional de La Plata, 2016).

[7] Julia Risler La acción psicológica. Dictadura, inteligencia y gobierno de las emociones 1955-1981. (Buenos Aires: Tinta Limón, 2018).

[8] Ibíd.

[9]Estos últimos fueron medios de comunicación que brindaron un apoyo explícito al gobierno militar, mientras que el grueso de los medios de comunicación tuvieron una posición que rozó la autocensura en algunos temas, como era la represión y los “desaparecidos”. Para entender en detalle la posición adoptada por los medios de comunicación, remitimos a los trabajos de Marcelo Borrelli “¿Victimas, héroes o cómplices? Memorias en disputa sobre el rol de la prensa durante la última dictadura militar”, Avatares N°1 (2010) y “Voces y silencios: la prensa argentina durante la dictadura militar”, Perspectivas de la comunicación Vol. 4, No. 1 (2011).

[10]Ángel Enrique Carretero. “La persistencia del mito y de los imaginarios en la cultura contemporánea”, Política y Sociedad Vol. 43, No. 2 (2006), 108.

[11] Sobre este punto, nos dice Carretero, que “las creaciones míticas son recursos culturales íntimamente ligados a la necesidad antropológica de edificar universos simbólicos destinados a clausurar las preguntas acerca de las ultimidades que afectan constantemente a la vida humana y en las que se instigan posibles fisuras en una problematizada asunción del mundo. Por eso el mito posee un carácter protector, ofrece seguridad en una latente inseguridad ontológica de fondo, mantiene una firme interpretación significativa del mundo que legitima el lugar del hombre en el cosmos”. Carretero, “La persistencia del mito”, 109.

[12] “La época moderna instaura un modelo monovalente de racionalidad que, representada por una objetividad científico-técnica al servicio de la eficacia y la operatividad, se encamina a un absoluto dominio de la naturaleza”. Carretero, “La persistencia del mito”, 111.

[13] Ibíd., 105.

[14] Ibíd., 118.

[15] Ibíd., 123 destacado nuestro.

[16] Bruce Lincoln Discourse and the construction of society (Nueva York: Oxford University Press, 1989), 28.

[17] George Scopflin, “The functions of Myth and Taxonomy of myth” en Geoffrey Hosking y George Scopflin Myths and Nationhood. (New York: Routledge, 1997).

[18] Ibíd., 26.

[19] Chiara Bottici A philosophy of political myth (Nueva York: Cambridge University Press, 2007).

[20] María de los Ángeles Yannuzzi “Creencias, poder y democracia” en María de los Ángeles Yannuzzi (Comp.), Creencias y política. El papel de los elementos no-racionales en las teorías y prácticas políticas. (Rosario: Laborde, 2011): 14.

[21] Gastón Souroujon El peronismo vuelve a enamorar. La articulación de un imaginario político durante el gobierno de Menem. (Rosario: Homo Sapiens, 2014).

[22] Risler, La acción psicológica.

[23]En el debate público argentino, con la reanudación de los juicios por violaciones a los derechos humanos cometidos durante la dictadura militar, luego de haberse declarados inconstitucionales las leyes de impunidad (Ley de Obediencia Debida y Ley de Punto Final) así como también los indultos otorgados a los militares encontrados  culpables en los históricos juicios a las Juntas Militares de 1985, surgió como respuesta a los organismos de derechos humanos, grupos que desde la sociedad civil (en su mayoría conformados por familiares de acusados de haber integrado grupos de tareas, cuando no por propios ex-militares) presionaban para impulsar una “memoria completa” que refiere a la idea de que en la Argentina hubo una guerra entre dos facciones claramente identificadas, la guerrilla  y las Fuerzas Armadas. En ese sentido, quienes adoptan esta posición, lo hacen retomando como elemento justificatorio el mito político construido por las Fuerzas Armadas que analizamos en el presente escrito. Para más detalle sobre este tema, remitimos a la lectura de Valentina Salvi “Derechos humanos y memoria entre los familiares de represores en la Argentina” en Papeles del CEIC, vol. 2019/2 y Claudia Feld y Valentina Salvi (Eds.). Las voces de la represión. Declaraciones de perpetradores de la dictadura argentina. (Buenos Aires: Miño y Dávila, 2019).

 

[24] Risler, La acción psicológica, 185-186.

[25] Ibíd., 231.

[26]Aunque luego, cuando las denuncias sobre violaciones a los derechos humanos comenzaron a aumentar y jaquear al régimen, cambiaron su discurso, diciendo que un nuevo tipo de lucha requería un nuevo método de combate, en alusión a la política represiva de secuestro, tortura y desaparición de personas.

[27]Ana Sofía Jemio Tras las huellas del terror. El Operativo Independencia y el comienzo del genocidio en Argentina (Buenos Aires: Prometeo, 2021). Santiago Garaño Deseo de combate y muerte. El terrorismo de estado como cosa de hombres (Buenos Aires: FCE, 2023). Inés Izaguirre (Comp.) Lucha de clases, guerra civil y genocidio en la Argentina. 1973-1983 (Buenos Aires: EUDEBA, 2012).

[28]Se puede ver en los siguientes links: https://www.youtube.com/watch?v=TgqYNDzcxSc (primera parte) y https://www.youtube.com/watch?v=FeCXXAtu_V0 (segunda parte). Es curioso que la propaganda del “Proceso” prácticamente no mostró escenas de violencia, con la única excepción de esta película.  Incluso en la coyuntura de la guerra de Malvinas, la propaganda no mostró escenas de violencia o alarde de la misma. En el relato construido por la dictadura, la violencia nunca era generada por las Fuerzas Armadas, sino que era provocada por la “subversión”, la violencia siempre venía de afuera, algo no querido. Véase Gustavo Varela La guerra de las imágenes. Una historia visual de la Argentina (Buenos Aires: Ariel, 2017).

[29]Entendemos por identidad política, siguiendo a Gerardo Aboy Carlés como aquel “conjunto de prácticas sedimentadas, configuradoras de sentido, que establecen, a través de un mismo proceso de diferenciación externa y homogeneización interna, solidaridades estables, capaces de definir, a través de unidades de nominación, orientaciones gregarias de la acción en relación a la definición de asuntos públicos. Toda identidad política se constituye y trasforma en el marco de la doble dimensión de una competencia entre las alteridades que componen el sistema y de la tensión con la tradición de la propia unidad de referencia” Gerardo Aboy Carlés  Las dos fronteras de la democracia argentina. La reformulación de las identidades políticas de Alfonsín a Menem (Rosario: Homo Sapiens, 2001): 54.

[30]Siguiendo nuevamente a Aboy Carlés, Las dos fronteras, el autor plantea que la identidad política posee tres dimensiones, la alteridad, la representación y la perspectiva de la tradición.

[31]Ibíd., 64.

[32] Recordemos que en Argentina en esa época estaba vigente el servicio militar obligatorio, por lo tanto el grueso de las tropas estaban conformadas por jóvenes de 18-20 años que estaban obligados a prestar servicio.

[33] ¡Cita mencionada en la película “Estoy herido…ataque!” ya mencionada más arriba.

[34]El proceso en su laberinto. La interna militar de Videla a Bignone. (Buenos Aires: Prometeo, 2008) y  Canelo, La política secreta.

[35]Marina Franco, El final del silencio. Dictadura, sociedad y derechos humanos en la transición (Argentina, 1979-1983)  (Buenos Aires: FCE, 2018).

[36] https://www.youtube.com/watch?v=ZyDIl1BhuGI . Parece no haber indicios de que este corto se hubiera difundido públicamente en la Argentina, de hecho hace no muchos años se encontró la película en los archivos de la televisión estatal (Canal 7). Por otra parte, existe una versión del corto doblado al inglés, la cual fue realizada por el Centro Piloto París que dependía de la Armada y tenía como principal fin la vigilancia de exiliados argentinos en Francia, así como realizar tareas de “acción psicológica”, entre otras. Esta versión del film se encontró también recientemente en la embajada argentina en Sudáfrica y cuenta con el agredo de que hay entrevistas a personalidades argentinas (empresarios y eclesiásticos) que afirman las aseveraciones realizadas en la película. Cabe destacar, que estas declaraciones fueron editadas y descontextualizadas, ya que las personas que aparecen en la película fueron engañados por personal de inteligencia, creyendo que estaban ante periodistas extranjeros. Por último, hay evidencia de que la versión original de la película, que es la que analizamos en el presente trabajo, se  exhibió en el extranjero durante cursos de “lucha contrarrevolucionaria” impartidos por militares argentinos en los años ’80 en Centroamérica.

[37] En agosto de 1972, bajo el gobierno militar del presidente de facto Alejandro Lanusse, se produce una fuga de militantes políticos de izquierda incluidos a los dirigentes de las principales agrupaciones político-militares (ERP, FAR y Montoneros) del penal de Rawson en la sureña provincia de Chubut. La fuga los conducirá hasta el aeropuerto de Trelew, donde los principales líderes abordaron un avión hacia Chile, quedando en tierra un grupo importante de militantes que luego de tomar el aeropuerto se entregaron ante periodistas y funcionarios judiciales. Los militantes habían pedido ser trasladados nuevamente al penal, pero en cambio fueron llevados hasta una base de la Armada Argentina en la ciudad de Trelew, donde a los pocos días los 19 prisioneros fueron asesinados, escenificando la escena como un intento de fuga por parte de los militares, para así difundir y presentar la noticia a la sociedad, hecho conocido como la masacre de Trelew. Véase Roberto Pittaluga “La memoria según Trelew” en Sociohistórica, 19-20, 2006.

[38]Marina Franco, “La campaña antiargentina: la prensa, el discurso militar y la construcción de consenso” en Judith Casali de Babot y M. Victoria Grillo (Eds.) Derecha, fascismo y antifascismo en Europa y Argentina. (San Miguel de Tucumán: Universidad de Tucumán, 2002).

[39]Silvina Jensen, “Desenmascarar a la dictadura y denunciar las violaciones de los derechos humanos”, en Los exiliados. La lucha por los derechos humanos durante la dictadura, (Buenos Aires: Sudamericana, 2010) y Rodrigo González Tizón, “‘Los desaparecidos empiezan a hablar’: una aproximación histórica a la producción testimonial de los sobrevivientes de la dictadura argentina desde el exilio (1976-1983)”, en Páginas. Revista digital de la Escuela de Historia, Vol. 13, 31 (2021).

[40] Marcelo Borrelli y María Paula Gago, “Prepararse para un nievo ciclo histórico: Somos durante los primeros años de la dictadura militar (1976-1978)” en Marcelo Borrelli (Dir.) Las revistas políticas argentinas. Desde el peronismo a la dictadura (1973-1983). (Buenos Aires: Prometeo, 2021)

[41] Véase: https://www.youtube.com/watch?v=Ju-GPZFZixc

[42] Seis meses después del golpe, se difundieron una serie de cuatro propagandas audiovisuales que pueden verse en el siguiente link: https://www.archivorta.com.ar/asset/institucionales-de-la-dictadura-a-seis-meses-del-golpe-22-09-1976/

[43] Véase las propagandas referidas en la nota 41.

[44] Véase: https://www.archivorta.com.ar/asset/promociones-oficiales-de-la-dictadura-civico-militar-28-09-1979/?fbclid=IwAR0rN1hZsd9fysknm2ASCLSuZhMORK7O0bDbAdEbUsn9hsOgYKxpfeYHoVk

[45] Véase nota 43. Destacado en el original.

[46] Franco, El final del silencio y Canelo, El proceso en su laberinto.